El Velorio de los restos de Pablo Neruda en el Salón de Honor del Congreso Nacional de Santiago cierra un largo ciclo de lejanías y distancias. Ni en 1973, a pocos días de su muerte, ni en 1992, cuando los restos del poeta fueron trasladados desde el Cementerio General a Isla Negra, pudimos despedir a Neruda como se lo merece el poeta que recogió en sus versos la épica latinoamericana, los objetos cotidianos, la inmensidad de la geografía, las utopías, el amor juvenil y el amor maduro, los paisajes y las gentes de Chile y de tantos otros lugares del mundo.

Un poeta así, más allá de reconocimientos tan importantes como el Premio Nobel de Literatura, merece una despedida así, con la gente de su país, con quienes lo admiran como poeta, con quienes comparten su visión política, con todos aquellos que sentimos que es parte de nuestra historia y que, con su palabra, ayudó a que sepamos mejor quiénes y cómo somos los chilenos.

Por eso hacemos este acto en el Congreso Nacional. Porque el Congreso es el lugar por excelencia para el diálogo y el debate político y por ello están presentes en él los partidos y sus diferentes vertientes ideológicas, en representación de los ciudadanos.

Pero también porque Pablo Neruda fue miembro de este Senado. Representó al norte, “la más grande enseñanza de su vida”, dijo, él que creció en el sur, entre los bosques de la Araucanía, en medio de la melancólica lluvia que mantiene el verde en las praderas y los cerros. De ese sur fecundo, generoso y abundante llegó al norte, a la tierra seca y despojada, y la convirtió en su causa. No en vano grandes dirigentes comunistas, como Luis Emilio Recabarren y Elías Lafferte, vienen del norte, ese norte del que Neruda aprendió y que representó en El Senado.

Estamos aquí entonces para homenajear al poeta y al político. Al hombre que conoció los ideales de la izquierda internacional cuando vivió en España y, como embajador de Chile, ayudó a la salida de muchos republicanos hacia nuestro país. Que hizo suya la causa de otros poetas españoles, como Rafael Alberti, García Lorca y Miguel Hernández, sus hermanos en el cultivo de la poesía y en el horizonte de las ideas que apasionan y convocan.

Cuando murió Hernández, en una cárcel franquista, Neruda escribió:

"Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes

que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.

Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,

te escucho, sangre, música, panal agonizante".

Hoy escuchamos a Neruda. Estamos antes sus restos, ante la materia del hombre que fue y que ahora podemos escuchar si hacemos silencio dentro de nosotros. Escuchamos la voz del poeta y del senador, de aquel que en esta corporación levantó la voz por los desvalidos y los perseguidos, que se opuso a la ley de defensa de la democracia, que lo castigó con el exilio. Pero vaya qué exilio. Salió del país a lomos de mula, llevando como carga el Canto General. Miguel Ángel Asturias, luego también Premio Nobel de Literatura, le prestó sus documentos de identidad, con los que ingresó a Francia. Ustedes se pueden imaginar el enredo burocrático que se armó. Estuvo en México, donde publicó la primera edición del Canto General, el oceánico poema que recoge nuestra historia y perfila la identidad de América Latina.

Desde su paso por el Senado, su exilio y su regreso a Chile, Neruda nunca más fue solamente un poeta. Fue también el hombre reflexivo y comprometido que quería un destino mejor para su patria. Contribuyó con su palabra a acercar a nosotros ese horizonte que seguimos buscando, porque todavía necesitamos avanzar mucho en la guerra contra la desigualdad. En ese camino, el poeta y el político seguirán iluminando nuestro camino.

Estamos muy contentos de poder realizar esta despedida, con su gente, con su pueblo, en el lugar en donde lo representó y desde donde dijo palabras que siguen vigentes:

“Nosotros representamos el orden, la familia, la bandera, los viejos combates de la Independencia, y los nuevos combates, las nuevas tradiciones de la humanidad. El estancamiento, el atraso, el error, la miseria, la ignorancia, no representan la Patria, sino que la asesinan”.

Neruda, dije hace un momento, fue un poeta del amor, entre muchos otros temas. Las mujeres fueron muy importantes para él, pero no sólo en el plano íntimo y doméstico, sino en el país. Fue capaz de ver que la Patria, sin las mujeres, es la mitad de la Patria. Cuando se aprobó la ley de sufragio femenino, dijo Neruda: “La aprobación de esta ley abre a la mujer el derecho de ser elegida, incluso para el cargo de Presidente de la República”. Así lo decía él, en género masculino. Ahora, con toda seguridad, sonreiría complacido al escucharnos decir que tenemos una Presidenta de la República.