El maltrato infantil es un fenómeno transversal y es uno de los problemas sociales más importantes de nuestro tiempo. Se denomina Maltrato Infantil a las diversas situaciones en las cuales un niño puede ser vulnerado, entre las cuales la violencia física y el abuso sexual son las formas más reconocidas, pero el concepto va mucho más allá.
La violencia física es la forma de maltrato infantil más reconocida. Sin embargo, existe otra violencia de tipo pasiva, que no por ello es menos dañina, pues se caracteriza principalmente por el abandono físico, y la falta de afectos y de normas, que puede tener un efecto igual o mayor en los niños.“Se detecta otro tipo de violencia: la negligencia parental, que opera en las familia por omisión y que se encuentra invisibilizada en nuestra cultura y de la cual aún no es posible establecer cifras que puedan aproximar el fenómeno. No obstante, sus consecuencias dejan huellas indelebles en la vida de los niños”, señala la psicóloga y docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Susana Arancibia.
La profesional, quien expuso recientemente está temática en el 8º Congreso del Consejo Europeo de Investigaciones Sociales en América Latina (CEISAL), realizado en la Universidad de Salamanca, España, agrega que en la actualidad la negligencia materna es considerada como la tipología de maltrato infantil de mayor incidencia y con un pronóstico tan desfavorable, que incluso puede llevar a la muerte.
Hoy en nuestro país, según el 4° Estudio de Maltrato Infantil en Chile. Análisis Comparativo 1994-2000-2006-2012, se constata que son las madres las que ejercen más violencia, porque es ella la que pasa más tiempo con los niños. Pero a diferencia de la violencia ejercida por el padre, la de la madre se encuentra en un nivel de violencia leve asociada a conductas para formar, como son el tirón de pelo o palmadas.
En este punto, la experta de la U. del Pacífico indica que, a pesar de los esfuerzos realizados por la legislación vigente, la cual describe la parentalidad como un trabajo que involucra tanto a la madre como al padre, aún se sigue manteniendo a la madre como guardiana responsable del bienestar infantil. “En esta realidad surge con fuerza el tema de la violencia infantil, específicamente la negligencia materna, caracterizada por constituirse en un tipo de maltrato pasivo realizado por ella”, explica.
Diversos estudios arrojan algunas características compartidas por las madres tipificadas como negligentes. “La mayoría presenta en sus historias de vida ausencia de alguno de los progenitores o de ambos, lo que se tradujo en una falta o inadecuada protección en su infancia, creciendo en ambientes afectivos deprivados”, comenta Arancibia.
Para la especialista en temas de familia, infancia y adolescencia, no es extraño que la infancia de estas mujeres se asocie a experiencias de violencia intrafamiliar, lo que las sitúa en el grupo de niñas víctimas de maltrato, principalmente maltrato físico. “De hecho, estas madres suelen tener malos recuerdos de sus cuidados en la infancia, período durante el cual sus necesidades básicas no fueron satisfechas apropiadamente”, precisa.
¿Cuál es el estilo de crianza negligente?
Según se especifica en la Cartilla de Maltrato Infantil de la Unicef, la negligencia se refiere a la falta de protección y cuidado mínimo por parte de quienes tienen el deber de hacerlo y las condiciones para ello. Por lo tanto, existe negligencia cuando los responsables de cubrir las necesidades básicas de los niños —como la alimentación, higiene, vestido, protección, vigilancia en situaciones de peligro, educación y cuidados médicos— no lo hacen.
La psicóloga y docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Susana Arancibia, señala que la crianza negligente, también conocida como rechazo o abandono, se caracteriza por presentar bajo control de normas y baja demostración de afecto. “Se observa así escaso cumplimiento de reglas, no demostrando esfuerzo ni interés por hacerlas cumplir, baja intensidad en los afectos en general e indiferencia frente a las conductas evidenciadas por los niños y niñas”, puntualiza.
Este estilo de parentalidad es claramente permisivo. “Los padres hacen pocas demandas a sus hijos, rara vez establecen normas de control y evidencian escasas exigencias de madurez, responsabilidad y orden. Se caracterizan, en cambio, por proporcionar afecto y dejar hacer. Dentro de su modo de crianza, el castigo tiene poca o nula validez. Permiten al niño una auto organización, no existiendo normas que estructuren su vida cotidiana”, explica.
La docente de la Universidad del Pacífico advierte que lo grave de este tipo de relaciones es que al niño se le da el mensaje de que no existe o de que no logra ser visibilizado, lo que posteriormente replicará con sus propios hijos. “Ello sucede porque estas personas en su niñez no lograron tener la suficiente resonancia como para impactar en la vida de los adultos significativos bajo quienes estaba su cuidado”, precisa.
Lamentablemente es muy difícil poder intervenir en estos casos, puesto que este tipo de madres tiene trabas para darse cuenta del problema o simplemente lo minimizan. “Ellas tienen el autoconcepto de ser buenas madres, ya que creen que su rol parental lo cumplen y es normal, pues lo evidencian a través de su lenguaje corporal, ya que suelen expresar mucho amor a sus niños. Sin embargo, en la práctica ese discurso no es coherente con su conducta y no logran responsabilizarse como negligentes y si buscan responsables, lo hacen en el entorno”, dice Susana Arancibia.
Para la experta, “esta incoherencia se da principalmente porque ellas en su niñez no pudieron desarrollar adecuadamente su afectividad, o porque esto no fue permitido o porque no fue suficientemente evidenciado en su entorno más inmediato, lo que se tradujo en dificultades para desarrollarla en la vida adulta, principalmente en lo referido a la relación con sus propios hijos”.
Por lo mismo, es necesario revisar y replantear las estrategias de intervención en relación a estos niños y sus madres. “Es prioritario comprender que a la base del fenómeno de las madres negligentes concurre una multiplicidad de procesos encadenados que habitualmente desconocemos y estereotipamos, aspectos que involucran su niñez, sus propias vivencias de maltrato, sus traumas y temores ocultos, fragmentos de una infancia no resuelta que aparecen una y otra vez en la vida de estas mujeres, pero que reeditan puerilmente con el nacimiento de su propio hijo o hija, con la ilusión de ser mejores madres y la secreta esperanza de obtener a través de ellos todo aquello que sienten que les fue negado. Si queremos ayudar a nuestros niños, debemos comprender que cada vez que recibimos un caso de negligencia materna, existen dos seres humanos que debemos acoger”, finaliza docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Susana Arancibia.