Se inicia formalmente un nuevo período legislativo. Es muy importante identificar con claridad los desafíos de nuestro quehacer. Desprestigio, desconfianza, distancia se han vuelto comunes. Tenemos que tratar de comprender sus raíces más profundas. Entender qué pasa en el mundo con la política, comprender los factores de la transición que han confluido, buscar en la institución y nuestras conductas la causa del sentir ciudadano.

La política está cuestionada en el mundo entero. Especialmente entre los jóvenes. El “cambio climático”, las migraciones, los sistemas de información global, el narcotráfico, la inestabilidad económica y la precarización de los empleos generan temores e inseguridades. Y la política no tiene respuestas. Bauman explica que el poder se ha separado de la política. La deliberación en aspectos sustantivos se trasladó fuera de las fronteras, a entidades multilaterales, transnacionales o clasificadoras de riesgo.

En Chile el descrédito de la política tiene, además, razones propias. La dictadura impuso un modelo neoliberal. La transición puso en el centro el crecimiento económico. El país vivió un período largo de crecimiento y modernización. Se redujo la pobreza. Los sectores medios accedieron a nuevos bienes y servicios. Sin embargo, se acumularon desigualdades y abusos. Surgen hechos de corrupción y colusión. Un muro separó a la elite política de la sociedad.

Hay también cuestionamientos que derivan de la percepción acerca de esta institución y sus miembros. Se critica que somos abusadores y privilegiados, que tenemos sueldos muy altos y beneficios excesivos. Para enfrentarlo es necesario, en primer lugar, la total transparencia. Además, es indispensable que asignaciones y dietas sean revisados periódicamente. Por último, debemos recoger mejorar el uso de determinados ítems, como las asesorías externas.

Los ciudadanos perciben, además, que los políticos y, en particular, los parlamentarios, somos corruptos. Esta opinión se ha formado a partir de algunos casos concretos, pero enloda a muchos que realizan su labor honestamente y con seriedad. El pasado Gobierno y el Parlamento asumieron esta situación con decisión, dictando una de las leyes más duras del mundo en la materia.

La tercera crítica es que los parlamentarios no aportan y hacen mal su trabajo. El juicio crítico proviene de leyes defectuosas y problemas sociales no resueltos por décadas. Gran parte de estos temas no son de iniciativa parlamentaria sino de los Gobiernos. En definitiva es una crítica a todo el sistema político que se focaliza en el Parlamento y los parlamentarios.

¿Qué hacemos ante este panorama?

En primer término, es indispensable mejorar la calidad del debate y las leyes. El debate del Senado debe intentar aportar a dar sentidos a la vida en sociedad, junto con responder oportunamente a las demandas y problemas de la ciudadanía y el desarrollo nacional.

Creo que debemos mejorar la formación de la ley. Hacer buenas leyes es un desafío prioritario. Es necesario priorizar y diferenciar el tratamiento de los proyectos. Asimismo, hay que fortalecer el debate en general en Sala. Con este objetivo, parece aconsejable reformar la Biblioteca del Congreso Nacional y potenciar el aporte del sistema de educación superior.

Asimismo, creo que necesitamos cambiar nuestra vinculación con la ciudadanía. Requerimos un Senado con más horizontalidad, ampliar los canales de diálogo ciudadano.

También tenemos que aportar más y mejor información, que los ciudadanos tengan fácil acceso a lo que se hace e intenta hacer; que conozcan las limitaciones para avanzar y los ejes del debate, en términos didácticos y simples.

Por último, debemos incentivar la formación y participación cívica. Al Parlamento no puede serle indiferente la apatía y el deterioro de la democracia, de la cual es su máxima expresión.

A la actual generación de dirigentes y parlamentarios nos corresponde la responsabilidad de asumir con franqueza y decisión los desafíos de este momento tan particular.